lunes, 3 de noviembre de 2014

LA SABIDURÍA DE LA TOSCANA. EL DEPORTE EN SU MÁXIMA EXPRESIÓN.

        Hace tiempo, allá por las navidades del 2013, hice una reseña de un libro que me habían regalado y que me había encantado. Es un libro en el que el autor reflexiona sobre sus vivencias  y con ello te hace recordar las tuyas propias, y ves así que hoy en día no todo es como debiera o al menos no como te gustaría.

        En este libro, La Sabiduría de la Toscana, Ferenc Máté habla sobre naturaleza, sobre los vecinos y el vecindario, sobre las personas y sus valores y principios, habla de costumbres, de la recompensa al trabajo bien hecho, de comida y de vino..., y de deporte.

        Es para mí un libro del cual siempre echo mano porque reconforta leer algunos párrafos que me gustaría reproducir aquí:

        ...No hace mucho, teníamos una sociedad sensata parecida a la toscana en un aspecto fundamental: nos crecíamos los unos en compañía de los otros...Salía por la puerta de casa con mi guante de béisbol, corriendo hacia el campo mientras mi madre me gritaba: "¡ Ve con cuidado!".

        Después, nos poníamos a jugar. No teníamos equipos, ni entrenadores, ni equipación, ni bases; sólo un viejo bate cascado y unos guantes que compartíamos. Y el patio de la escuela no era un diamante bien cuidado, sino un viejo campo de fútbol con hierbajos polvorientos y gravilla...Para elegir los equipos, nos colocábamos dentro de un círculo y decidíamos quién tenía que jugar dónde. Luego nos calmábamos y jugábamos en serio, hasta que Eddy Emanoff bateaba uno de sus roletazos hacia la valla y alcanzaba la primera base riéndose entre dientes y resoplando; pero la segunda quedaba un poco cuesta arriba y Eddy nunca llegaba porque Jerry Allye lo agarraba, lo arrastraba y lo abofeteaba con el guante mientras Eddy se moría de la risa. Durante el partido, unos abandonábamos el terreno de juego y otros iban entrando; a veces, los padres se pasaban a mirar y algunos incluso se ponían a jugar...

        ...La primavera pasada visité a unos amigos en Florida...Aquella tarde me paré a mirar el partido de béisbol de unos chavales, jóvenes como Hardy cuando se sentaba en lo alto de la valla. ¡Dios,  menudo estadio!. Un auténtico diamante: base de lanzamiento, cuadro interior de césped artificial, arena rastrillada entre las bases, auténticas bases, casetas, bancos, equipamientos, clavos, niños con sus propios guantes y guantes de bateo para niños, y bates. Vaya si tenían bates, bateras con bates de aluminio más que suficientes para fabricar un Boeing 747 a partir del metal fundido.

        Sin embargo, a pesar de tanto esplendor material, todo el mundo se mostraba serio como si alguien acabara de morir. Padres inquietos animaban escandalosamente a sus hijos a conseguir la victoria, niños nerviosos gritaban manidas consignas y, cada vez más frustrados, arrojaban sus guantes con rabia. Lo peor era cuando los chavales bateaban en el campo. El entrenador se mordía el labio y les mandaba formar un corrillo, los desafiaba a "¡ser agresivos, hacérselas pasar moradas, darles una buena paliza, ir a por ellos!" porque ahora los tenían "asustados", los tenían "dominados".

        ¿Qué era esto?. ¿La guerra?. ¿O una panda de chavales jugando al béisbol?. ¿No podían esperar a que crecieran para pasarlo mal?. ¿Dónde estaba el gordinflón de Eddy Emanoff?. ¿Dónde estaba Ernie Flint con sus zapatillas de punta gastada?...

        Puede que a estas alturas el lector se pregunte qué diablos tiene que ver un partido de béisbol con nuestra sociedad en peligro...lo más triste y lamentable era que, a pesar de tanto esplendor material, no hubiera ni un niño divirtiéndose ahí fuera. Por supuesto que jugaban bien, pero ¿dónde estaban la alegría, la libertad y la risa?...

        ...Compartíamos aquellas cerezas como también compartíamos los guantes. A eso íbamos. No sólo a marcar home runs o derrotar al contrario - y jugábamos lo mejor que podíamos, de verdad que lo intentábamos -;había algo más. Se trataba de estar juntos. Ser amigos. Y no importaba en qué equipo jugaras, quién bateara mejor o quién atrapara mejor la bola; no importaba qué edad tuvieras, o que fueras niña - ¡Dios nos libre! -, ni siquiera que fueras gordo y lento. Era impensable jugar un partido sin Eddy; la jornada habría resultado triste sin su risa.

        De manera que jugábamos juntos, nos sentábamos juntos, y así aprendimos a arreglárnoslas sin padres, sin entrenadores, nosotros sólos. Aprendimos a hacernos reir los unos a los otros...


        ...Cuando jugaba como quaterback de reserva en mi último año de instituto...soy consciente  de que pertenecer a ese equipo envalentonaba mi tímido fuero interno, y sé que pasamos buenos ratos juntos...lo malo era que estaba todo organizado, supervisado. Te decían lo que tenías que hacer. Había que memorizar estrictas jugadas...si no lo hacías, al entrenador le daba un síncope. Creatividad y espontaneidad se contemplaban como último recurso.

        Un par de años antes, estuve en el equipo de fútbol. Como húngaro que soy, jugué al fútbol en mi infancia. Cuando tenía cinco años, jugábamos en la calle con un balón improvisado rellenando un calcetín con hojas de periódico y cosiéndolo bien...llegué a ser el más experimentado de aquel equipo canadiense. Sin embargo, en mitad del primer partido, el entrenador me sacó del campo, quejándose: " No tienes que hacer filigranas"...

        ...Muchos dirán que lo deportes organizados enseñan disciplina, pero ¿acaso no tenemos ya bastante disciplina?...

        ...Nadie guardaría estos recuerdos de nuestros domingos. En invierno, jugábamos al hockey en un estanque helado. Un chico, Bobby Murphy, patinaba tan mal que solíamos llamarlo "Menos". Pero jugaba igualmente, sin complejos: agitaba los brazos, trastabillaba, a menudo perdía los pases. Y de todos nosotros era Menos Murphy quién se lo pasaba más en grande que nadie.

        Aquella desgreñada pandilla de los domingos permanece para siempre en mis recuerdos como los sólidos y felices cimientos de mi vida...de los miembros del equipo de fútbol, no me acuerdo para nada.

        Seguramente esto que digo pone los pelos de punta, pues los padres tendemos a pensar que los deportes organizados son tan importantes como la leche materna. Deberíamos preguntarnos: ¿por qué?. Y deberíamos preguntar a nuestros hijos si en verdad les gusta entrenar. Si de veras les gusta o si lo hacen sólo por complacernos y animarnos. Tal vez la próxima vez que los llevemos a disputar un partido convendría detener el coche un instante, respirar hondo y pensarlo bien, desviarnos por una carretera secundaria, buscar el sencillo patio de un colegio y dedicar un tiempo precioso a jugar a la pelota. CON ELLOS.

        En nuestro pueblo aquí en la Toscana, hay un bonito campo de fútbol bajo la antigua fortaleza y un equipo para niños perfectamente organizado. Llevé allí a nuestro hijo cuando tenía diez años. Era buen jugador, no le disgustaba jugar en equipo y conocía a muchos de los niños; pero detestaba los largos y aburridos ejercicios de entrenamiento y los interminables partidos en los que rara vez tocaba el balón. Un día, semanas después, me dijo: "Papá, ¿no podemos jugar tú y yo en Camigliano?"...Jugamos. Los dos. Jugábamos en el mismo equipo, corriendo arriba y abajo, pasándonos el balón y finalmente chutando a portería...después jugábamos uno contra uno, fintando y regateando, jadeando al correr hasta reventar...De eso hace años. Ahora tengo más de sesenta. Sin embargo, las pocas veces que Buster viene a casa durante las vacaciones universitarias, aprovechamos la menor oportunidad para ir a Camigliano a regatear, fintar y chutar...


        Ya véis, "los sólidos y felices cimientos de mi vida" se construyen "con ellos". La "Actitud" no es otra cosa que el reflejo de lo que se ve y se experimenta. Los deportes reglados y estructurados aportan una disciplina necesaria y beneficiosa si está bien enfocada.

        Y en cada deporte, más allá de ganar o perder, pues la victoria y la derrota son algo inherente, no hay que olvidarse que lo primero y más importante, la esencia, la máxima expresión, es simplemente jugarlo.

        A mi, pobre iluso, me gusta pensar que en ningún deporte se gana o se pierde, sino que en todos se juega.

     
        ¡Ya sabes, haz deporte!. ¡Juega!.